ALONSO DEL REAL MONTES, GUILLERMO
Esta historia transcurre en una pintoresca ciudad norteafricana de pasado colonial. En ella, el Consulado General de España ocupa un privilegiado emplazamiento en una plaza ajardinada, invadida por aromas a café recién tostado, dulces de miel y té con hierbabuena.
Un marco en verdad idílico, pero
Allí sucedían cosas, muchas cosas. Algunas de ellas malas, muy malas. ¿Incluso delitos, crímenes? El que no parecía enterarse de nada era Su Excelencia el Señor Cónsul General. Y es que este caballero era, en opinión de los más benévolos, «ligeramente excéntrico» y, según otros, «perfectamente idiota». La que sí se enteró, o estuvo a punto de enterarse fue una sencilla funcionaria: la señorita Clotilde. Muy avispada, la señorita Clotilde, ya verán.
Sobre estos y otros estrambóticos personajes ya iremos sabiendo en su momento, porque el autor se ha negado a escribir eso de que toda semejanza es pura coincidencia. Dice que todo lo escrito lo ha escrito a idea y sin cortarse un pelo, que los personajes, marroquíes o españoles, se corresponden con modelos bien verificables. Por añadidura lo ha hecho en clave de humor, de humor negro, claro.